Poco a poco, como quien no quiere la cosa, política&prosa, ya cerca de sus primeros cuatro años, va adquiriendo unos hábitos que en cierto modo se convierten en un ritual, como el de hacer del número doble de verano una incitación a la lectura. Hay que decir que, de hecho, esta propuesta estival no difiere de la intención permanente de nuestra revista de invitar a la lectura, porque creemos que sin un público lector es inviable el propósito que nos guía desde el primer número de mantener una conversación cívica razonable.

No obstante, hemos querido dar una significación especial a los números de verano. Así lo hicimos en 2019 con una entrevista a la escritora Michela Murgia, en 2020 con un dossier dedicado a la cultura en los tiempos de la pandemia y, el año pasado, con una exhortación a releer a Josep Pla. Precisamente tirando de uno de los muchos hilos de la inmensa obra planiana llegamos a la propuesta de este año, que incluye, entre otros, a los dos escritores de su siglo más valorados y admirados: Marcel Proust y James Joyce.

Efectivamente, no hemos podido resistir la tentación, un poco fetichista quizás, de preparar un número conmemorativo en torno al centenario de varias efemérides culturales del admirable año 1922. Hemos escogido a tres creadores clave en aquel mundo de entreguerras, profundamente conmocionados por la experiencia de la Gran Guerra, que con sus obras reflejaron la transformación del mundo: James Joyce con el Ulises, Thomas S. Eliot con La tierra baldía y Ludwig Wittgenstein con el Tractatus Logico Philosophicus. A los cuales se añade Marcel Proust, que moriría aquel mismo año mientras se hallaba en curso la publicación de la gran catedral literaria En busca del tiempo perdido.

Somos perfectamente conscientes de que toda selección es caprichosa y seguro que a los nombres sugeridos podríamos añadir muchos otros, como los de Virginia Woolf y El cuarto de Jacob, César Vallejo y Trilce, Rainer Maria Rilke y las Elegías de Duino, o Paul Valéry y El cementerio marino.

Además, el azar ha hecho coincidir este intenso momento creativo con el nacimiento de dos personalidades relevantes de la cultura catalana como Gabriel Ferrater y Joan Fuster, y de uno de los creadores de referencia de la cultura europea posterior a la Segunda Guerra Mundial como Pier Paolo Pasolini.

Como tampoco hemos querido olvidar la figura musical de Felip Pedrell de quien se conmemora el centenario de su muerte.

De la mano de Andreu Jaume empezamos la inmersión en este año milagroso, en el que aparece una nueva religión literaria cuyos hitos fundacionales serán el Ulises de Joyce y La tierra baldía de Eliot, que se convertirán en el nuevo canon de la novela y de la poesía del siglo XX, respectivamente.

Joyce expresa literariamente la conciencia de los límites de la lengua propia de la cultura europea del momento. Precisamente, la constatación de las limitaciones del lenguaje para emitir juicios lógicos y filosóficos constituye el núcleo de la obra de Ludwig Wittgenstein, como nos lo explica el profesor Josep Lluís Prades. Wittgenstein coincide con Karl Kraus en la consideración de que la crisis europea era una crisis del uso público del lenguaje.

Si seguimos el consejo de Pla, junto con el Ulises de Joyce, la Recherche de Proust constituye la otra gran construcción de la nueva tradición literaria. Así lo entiende también Francesc Garreta en su glosa de la obra proustiana, en la que, además, explica el recorrido de la recepción de esta obra en Cataluña, donde se mantiene muy viva con las dos nuevas traducciones al catalán de Josep Maria Pinto y Valèria Gaillard y con la actividad de la Societat Catalana d’Amics de Marcel Proust.

El doble aniversario del centenario del nacimiento y del cincuentenario de la muerte de Gabriel Ferrater representa una oportunidad para situar su obra en el lugar preeminente que le corresponde en la historia de la literatura catalana, como reclama Salvador Oliva en su artículo. Ferrater cambia la dicción de la poesía catalana —nos dice Oliva— y así acerca el lenguaje poético a la lengua viva de la época; y precisamente por eso, llegó a una nueva generación que hizo su aprendizaje estético y moral con su poesía. Al mismo tiempo, Ferrater está considerado el mejor lector literario de su tiempo, como argumenta Jodi Amat en Vèncer la por, su biografía del escritor reusense.

También el centenario de Joan Fuster es una ocasión para volver a su obra, para leerla o releerla más allá de los prejuicios ideológicos. Vicent Flor nos anima a descubrir al escritor comprometido de modo insobornable con la recuperación del valenciano como lengua de alta cultura y con la voluntad de ofrecer una perspectiva de futuro al País Valenciano, pero sobre todo nos anima a conectar con la voz de un humanista que clamaba en el desierto, siempre a contracorriente, en la sociedad adormecida de su época.

Cerramos el dosier de verano con la evocación de la rebeldía insaciable de Pier Paolo Pasolini hecha por nuestro crítico cinematográfico Carlos Losilla. El hilo conductor de la obra poética, narrativa, ensayística y cinematográfica de Pasolini es la denuncia profética de la continuidad del fascismo bajo las nuevas formas de la sociedad consumista, modelada por nuevos instrumentos de manipulación social como la televisión. Una obra molesta, en definitiva, para la sociedad italiana y para las dos iglesias —católica y comunista— de su época.

Algunas de las obras de los autores reunidos en esta recopilación de verano pueden resultar, a primera vista, intimidantes para los lectores. Son, sin duda, obras exigentes que constituyen algunos de los ocho mil de nuestra tradición cultural, pero vale la pena intentarlo. Intenten, por ejemplo, leer de un tirón el monólogo de Molly Bloom con el que se cierra el Ulises y del que aún resuenan los ecos de la versión memorable que la gran Rosa Novell interpretó hace ya veintidós años. No se arrepentirán. ¡Feliz verano!