David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, murió el 11 de enero de este año de forma inesperada para muchos, aunque quizá no tanto para su familia, colaboradores y amigos íntimos que, desde el pasado mes de septiembre, lo habían visto luchar tenazmente primero contra una infección por legionela y, más tarde, contra las secuelas en su sistema inmunodeficiente.

Una lucha a lo largo de la cual demostró con hechos que su dedicación a la causa europea no era retórica, sino que pasaba por encima de cualquier otra cosa. Ya lo había demostrado cuando en los momentos más duros de la pandemia pasó casi tres meses en Bruselas, prácticamente aislado, sin volver a su casa ni reencontrarse con su familia, para poder seguir dirigiendo la institución parlamentaria europea en el momento más difícil de su historia. Por los mismos motivos, a mediados de noviembre, en cuanto reunió las fuerzas suficientes para reanudar sus obligaciones como presidente, lo hizo sin concederse el tiempo necesario para restablecerse de verdad.

David Maria Sassoli había nacido en Florencia en 1956, pero su familia pronto se trasladó a Roma, donde su padre, Domenico, también periodista, trabajó en Il Popolo, el diario de la democracia cristiana. Sus raíces ideológicas son precisamente las del catolicísimo progresista de Giorgio La Pira, Sergio Mattarella, Aldo Moro o el mismo Romano Prodi, a quien siguió tras la ruptura de la DC. Sus primeros pasos en el activismo político los dio en la Rosa Bianca, una asociación de formación y debate de la que formaban parte grupos de jóvenes procedentes, como él, del asociacionismo católico y del mundo del escultismo.

 

Periodista serio y popular

Sassoli fue primero y principalmente un periodista muy serio en su trabajo y, a la vez, muy popular. Muchos italianos recuerdan con añoranza sus años de presentador de las noticias de la noche en la principal cadena pública de televisión; pero antes ya había trabajado en varios diarios y agencias, y después fue subdirector del mismo informativo, hasta el momento en que aceptó la propuesta que le hizo Dario Franceschini, entonces secretario del recién formado Partito Democratico y compañero de militancia juvenil, de presentarse a las elecciones europeas de 2009.

Sassoli fue elegido por casi 400.000 votos, más que ningún otro eurodiputado italiano, y en seguida pasó a dirigir la delegación italiana en el seno del grupo Socialista y Democrático, rebautizado con el adjetivo «democrático» precisamente para dar cabida a aquellos diputados del PD italiano que, como el propio Sassoli, procedían de los sectores progresistas de la democracia cristiana y no de los partidos de la izquierda italiana.

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Muchos italianos recuerdan con añoranza sus años de presentador de las noticias de la noche en la principal cadena pública de televisión.

Al llegar al Parlamento Europeo, David Sassoli prometió dedicar el resto de su vida a la política, y así ha sido. Haber muerto tan pronto nos ha dejado sin saber cuál habría sido la etapa siguiente tras dos años y medio al frente del Parlamento Europeo. Probablemente, en la política italiana y quién sabe si ocupando una de las funciones más altas, si no la que más. La oleada popular desatada por su muerte, mucho más allá del benigno tributo que suele reservarse a los políticos fallecidos, nos permite imaginarlo.

Cinco años después de ser elegido diputado europeo, David Sassoli ocupó una de las catorce vicepresidencias y, una legislatura más tarde, de modo casi repentino, la presidencia. Quien conoce el Parlamento Europeo sabe que la elección del presidente no acostumbra a generar muchas sorpresas. En este caso, sin embargo, la elección se produjo pocos días después del Consejo Europeo en el que los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea escogieron a Ursula von der Leyen como candidata a la Comisión Europea y, en el juego inmediato de equilibrios políticos, propusieron a los grupos parlamentarios que el próximo presidente de la cámara saliera de las filas de la familia socialista. Siendo la delegación italiana la más numerosa después de la española —que ya había obtenido la presidencia del propio grupo—, la lógica parlamentaria hizo que fuesen los diputados italianos los que decidieran quién sería el candidato a la presidencia durante la primera mitad del mandato, dando por sentado que la segunda parte correspondería a un candidato del grupo del Partido Popular Europeo.

Recuerdo perfectamente la impresión que causó en el propio Sassoli su elección como presidente. ‘Non ci credo…’, nos decía.

Recuerdo perfectamente la impresión que causó en el propio Sassoli su elección como presidente. Su gesto de aturdimiento cuando escuchó el resultado del segundo turno de votaciones, su sensación de incredulidad, tapándose la cara con las manos, mientras esperaba el momento de ocupar la silla presidencial en la tribuna del hemiciclo. Non ci credo… nos decía a quienes lo acompañábamos en aquellos primeros momentos. Gestos y palabras de una persona que había llegado a la política europea con una verdadera vocación de servicio y que, de repente, se encontraba en una posición en la que ese servicio habría de resultar muy exigente.

 

Formación política proeuropea

Y ciertamente que tuvo que serlo… Una presidencia marcada por los efectos de la pandemia, tanto en su agenda legislativa como en la manera misma de funcionar de la institución, que tuvo que reinventarse en muy pocos días para poder continuar funcionando y cumpliendo con su trabajo en un momento en que dicho trabajo —aprobar la legislación para ayudar a los Estados miembros a enfrentarse a la crisis de la covid-19— era más importante que nunca. Como dijo durante la primera sesión telemática de la historia de la institución, prácticamente solo ante un hemiciclo con no más de una docena de diputados presentes físicamente, «un virus jamás podrá derrotar a la democracia».

Al llegar al Parlamento Europeo, David Sassoli prometió dedicar el resto de su vida a la política, y así ha sido.

David Sassoli había llegado al Parlamento Europeo con una formación política muy profunda y también muy proeuropea, como lo eran las fuentes de las que había bebido ideológicamente. Los años de diputado antes de llegar a la presidencia de la cámara no solo le habían servido para entender el funcionamiento de la política europea —y muchas veces para desesperar por su lentitud—, sino también para reforzar sus convicciones europeístas en un contexto de aumento del euroescepticismo en muchos países de la Unión, y muy especialmente en la propia Italia, país fundador e históricamente pionero en el proceso de integración europea.

 

El espíritu de Ventotene

Su discurso de aceptación del cargo, escrito la noche antes, es un compendio perfecto de las ideas y las influencias que conforman al Sassoli político europeo, italiano, progresista y católico militante. Las referencias a la necesidad de que la política se haga para mejorar la vida diaria de los ciudadanos, especialmente de los más desvalidos —i ultimi (los últimos)— o la solidaridad entre los Estados miembros en ámbitos como la economía, la política social o la acogida de los inmigrantes, serán constantes durante todo su mandato. «La defensa y la promoción de nuestros valores fundacionales de libertad, dignidad y solidaridad debe ser perseguida cada día dentro y fuera de la Unión», con la idea de «recuperar el espíritu de Ventotene y el impulso pionero de los padres fundadores, que supieron dejar de lado la hostilidad de la guerra, poner fin a los fracasos del nacionalismo y darnos un proyecto capaz de conjugar paz, democracia, derechos, desarrollo e igualdad.»

Durante su presidencia, y pese a la pandemia, Sassoli no perdió nunca el tiempo. Primero, ayudando a la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a aprender a trabajar con un Parlamento que la había escogido con muy pocos votos de diferencia y escasa convicción, consolidando la llamada «mayoría Ursula» que después habría de ser un referente en la propia política italiana. Más tarde, ayudando a desbloquear la difícil negociación en torno a la creación de la Conferencia sobre el futuro de Europa y, junto con su amigo y primer ministro portugués, António Costas, dándole el impulso necesario. Sassoli influyó también de forma positiva a la hora de empujar a la Comisión Europea y a los Estados miembros a aprobar el plan de vacunación europeo contra la covid-19 y el plan de recuperación de 750.000 millones de euros destinados a reforzar la economía europea pospandemia.

Su muerte causó en la familia parlamentaria (diputados, funcionarios, asistentes, personal auxiliar…) una conmoción nunca vista.

Sus intervenciones educadas, pero claras y contundentes, en el inicio de las reuniones del Consejo Europeo, contribuyeron también a que las instituciones europeas llegaran a acuerdos en materia presupuestaria y a que se aprobara la ley europea que vincula el acceso a los fondos europeos con el respeto al Estado de derecho. En el plano interno, Sassoli puso en marcha una reforma del sistema de funcionamiento del Parlamento basada en las propuestas de los propios diputados, un ejercicio bottom-up que permitió que avanzaran medidas que habían estado bloqueadas mucho tiempo por los órganos internos de la institución y que probablemente quedarán aprobadas de forma definitiva en las próximas semanas.

 

El Parlamento italiano, de pie

Después de su muerte, muchos medios de comunicación han recordado las medidas de asistencia social que el presidente del Parlamento adoptó cuando empezaron a notarse los efectos económicos y sociales de la crisis de la covid-19. Junto con las grandes decisiones legislativas, los millones de euros de ayudas aprobados por la Comisión y el Parlamento, Sassoli quiso mirar a su alrededor y hacer que la institución ayudara también a personas concretas, con nombres y apellidos, como el centenar largo de mujeres maltratadas que encontraron refugio en uno de los edificios del Parlamento, donde los despachos se convirtieron rápidamente en habitaciones, o los miles y miles de comidas distribuidas entre las asociaciones y organizaciones no gubernamentales tanto en Bruselas como en Estrasburgo. He escrito «recordado», pero debería haber dicho «explicado», porque cuando se tomaron estas medidas él no quiso que se hiciera publicidad.

Todavía hoy, no pasa día sin que una ciudad o un pueblo decidan dar el nombre de Sassoli a una escuela, un centro sanitario, un parque o una calle.

Su muerte causó en la familia parlamentaria (diputados, funcionarios, asistentes, personal auxiliar…) una conmoción nunca vista, prueba palpable de que su humanidad y su decencia política habían traspasado las paredes de las salas nobles de la institución y habían llegado a todo el mundo, sin distinciones ideológicas o jerárquicas. Una conmoción, dicho sea de paso, aumentada hasta lo increíble en su país, como lo pusieron de manifiesto las colas de gente que acudió a despedirlo al Campidoglio, la enorme cobertura mediática o el hecho de que todavía hoy no pase un día sin que una ciudad o un pueblo decidan dar el nombre de Sassoli a una escuela, un centro sanitario, un parque o una calle. Una conmoción y una huella visibles cuando Sergio Mattarela, en su discurso de aceptación de la reelección como presidente de la República, consiguió el difícil milagro de poner de pie a todo el Parlamento italiano al mencionar su nombre.

Casado con su compañera de colegio Alessandra Vittorini, David Sassoli era padre de dos hijos, Livia y Giulio. Descanse en paz.