Uno de los grandes temas del mundo del arte es reflejar el amor y el desamor. Ningún tema ha sido tan ampliamente tratado en la pintura, la literatura, las artes escénicas o la arquitectura. El poeta Francesco Petrarca en su obra Remedios para la vida, en el capítulo dedicado a «El amor placentero», el personaje de la Razón le dice al Gozo «Bien dices: ardo. El amor es, en efecto, un fuego escondido, una herida agradable, un veneno sabroso, una dulce amargura, una enfermedad deleitosa, un suplicio alegre y una muerte apacible».
El amor que echa el tiempo atrás, invade todo pensamiento, conquista la atención, nos lleva al gozo, al placer, al dolor, a la paz o a la angustia, es ampliamente explorado por el arte porque en el acto de amar y ser amado asoma siempre la tragedia de la pérdida o el abandono. Fernando Pessoa observa que es ridículo escribir cartas de amor, pero aún es más ridículo no escribir cartas de amor. Sigue existiendo un gran pudor a mostrar el amor, a declararlo; no solo por miedo al rechazo del ser amado, sino porque uno expone su debilidad al no poder dominar sus fuerzas secretas y ocultas.
Las sociedades modernas prefieren abogar por la fraternidad, la solidaridad o la empatía antes que por el amor. El amor parece reducido a lo íntimo y al diálogo religioso. Existe el temor de que declarar el amor a otro, a los otros, nos haga sospechosos de estar más inclinados por el placer que por el afecto sincero. Vivimos en un mundo donde se celebran los logros más inverosímiles, como batir el récord Guinness al beso más largo del mundo, que lo ostentan Nontawat Jaroegenasornsin y Thanakorn Sittiamthong al lograr besarse durante 50 horas, 25 minutos y un segundo, y se ridiculiza una muestra de amor sincero que lleva a una persona a hacer acciones risibles para conquistar el corazón del ser amado. Del amor desbordado del romanticismo que llevaba al suicidio o la locura, hemos pasado al amor televisado desprovisto de todo misterio. Ahora, la pasión por el amor debe ser diagnosticada, curada. Recordemos el intento del psiquiatra de curar al protagonista de la película Don Juan DeMarco, interpretado por Johnny Depp, que cree ser el auténtico Don Juan. Hoy, curar es más importante que vivir.