Profesor, experto en políticas públicas
Catedrático de Ciencia Política de la Universitat Autònoma de Barcelona, Joan Subirats es el ministro de Universidades desde 2021; especialista en gobernanza, gestión pública y el análisis de políticas públicas, llegó al ministerio en el relevo de Manuel Castells con el encargo de sacar adelante la tramitación y aprobación de la nueva ley de universidades.
Conversación mantenida el 19 de mayo de 2023.
¡Enhorabuena! Tenemos nueva ley de universidades, ha entrado en vigor el pasado 12 de abril. Una ley con un apoyo considerable.
Efectivamente, una ley orgánica que requiere mayoría absoluta, y para la cual hacían falta más de 176 votos afirmativos. Ha tenido 181. Vista la polarización actual, es importante.
Una nueva ley, ¿y ahora qué?
Recibí el encargo de impulsar la nueva ley para poner al día el sistema universitario y cumplir los compromisos con Europa relacionados con los fondos Next Generation y con varias reformas, entre las cuales la reforma universitaria.
La LOSU (Ley Orgánica del Sistema Universitario) es la tercera gran ley de universidades de la democracia. Me gustaría que fuera útil en los próximos veinte años. Es una ley que respeta mucho la autonomía de las universidades y su capacidad de adaptación. Marca grandes orientaciones y no entra en detalles; define líneas que hace veinte años no estaban en la agenda, como la ciencia abierta y la ciencia ciudadana, la formación a lo largo de la vida y las microcredenciales o la internacionalización. Ahora resultan imprescindibles. Por otro lado, hoy es imposible hacer política universitaria sin contar con Europa; la política europea ya es política interior. Las alianzas europeas de universidades, los sistemas de evaluación conjuntos, la movilidad… son elementos que refuerzan esta lógica para la promoción de una nueva ley y la voluntad de que sirva para los años próximos.
El sistema ha cambiado. Completadas las transferencias a las comunidades autónomas en el año 2000, los últimos veinte años han ejercido sus competencias sobre las universidades. Justo antes se habían creado las últimas universidades públicas, la última, la Politècnica de Cartagena el 1998. Desde entonces no se han creado más universidades públicas, hay 50, y, en cambio, se han creado muchas de privadas. En 2001 había 17. En total eran 67 universidades; ahora hay 91.
¿Hay demasiadas universidades? El papel de las universidades en el territorio.
Yo no estoy de acuerdo con los que dicen que hay demasiadas universidades. La decisión sobre la creación de universidades privadas es de las comunidades autónomas y desde el Ministerio de Universidades, con el decreto que hizo Manuel Castells, se asegura un mínimo de calidad. En el caso de las públicas, creo que tener 50 universidades públicas en 200 ciudades del país es positivo.
He tenido ocasión de visitar 40 de las 50 universidades públicas y comprobar la presencia en el territorio de algunos de estos campus, como Ponferrada en la Universidad de León o la Universidad Miguel Hernández en Elche. O en Lleida, donde los datos indican que hay más universitarios y con una orientación clara a las necesidades productivas y sociales de Lleida y provincia. Yo creo que la presencia de universidades en el territorio es muy importante. Evidentemente, hay universidades de carácter más internacional y universidades de carácter más local, pero ningunear esta doble condición me parece que es injusto y no acaba de funcionar bien. Seguramente, la Universidad de León y el campus de Ponferrada no tendrán la dimensión internacional que tienen la Carlos III o la Pompeu Fabra. En cambio, la Pompeu Fabra o la Carlos III tienen un arraigo menor a la realidad local. Esta pluralidad del sistema creo que es positiva.
Otra cuestión sería si necesitamos más universidades públicas. Tengo dudas sobre esta cuestión. No lo creo, crear más seria, seguramente, duplicar y generar lógicas que podrían ser negativas para el sistema mismo.
La gobernanza… ¿Por qué es tan difícil «gobernar» las universidades? ¿Se tienen que «gobernar» todas igual?
El tema de la gobernanza había generado mucho conflicto con los proyectos iniciales de Manuel Castells; he intentado no situarlo como el elemento central y quiero pensar que las universidades pueden asumir la capacidad de diferenciarse por su propia práctica y maneras de funcionar.
Que el rector se escoja de forma democrática y con la participación de todos los estamentos no es lo que pedían los consejos sociales. Tenemos todo tipo de posibilidades de debate sobre esta cuestión. Creo que sí, que hay problemas de gobernanza. A mí me gustaría más un modelo en el cual el rector y los decanatos de las facultades formaran la candidatura de gobierno de la universidad.
A los decanos se les pide cuentas de la calidad docente de sus titulaciones y, en cambio, no tienen capacidad de decisión final sobre quien da clases porque son los departamentos los que contratan al profesorado. Y los departamentos, al mismo tiempo, tampoco controlan la dinámica de investigación, porque los grupos de investigación a menudo son interdepartamentales o hay fronteras que la misma lógica del departamento no controla.
La voluntad de autonomía, muchas veces, se contradice con la necesidad de funcionar en las universidades.
La docencia tendría que estar más en manos de las facultades y la investigación más situada en las unidades y centros de investigación. Venimos de una tradición de la ley anterior que marcaba a los departamentos como el elemento central. El decreto que estamos trabajando empieza diciendo que, si la universidad ha decidido tener departamentos, estos tendrían que cumplir unos requisitos y condiciones.
¿Podría decidir suprimirlos? También. Seguramente no tendríamos que hacer obligatorio este decreto. Será decisión de la universidad. Esto hace vértigo, pero también genera posibilidades. La ley dice que se pueden crear departamentos interuniversitarios. Por ejemplo, ¿por qué no un departamento interuniversitario de Filología Catalana entre universidades catalanas, si no se tiene el mínimo profesorado necesario?
La pregunta es: ¿tenemos que intentar responder a los retos actuales que tiene la universidad poniendo en cuestión todo el sistema de gobernanza, o poner en cuestión este sistema de gobernanza nos impedirá hacer el proceso de reforma que queremos hacer? Mi respuesta es que tenemos la oportunidad de hacer un cambio significativo y generar una dinámica en la cual sean las universidades las que decidan su forma de funcionar.
La LOSU dice que las universidades decidirán si quieren tener facultades y departamentos o quieren hacer otra cosa. Habrá que asumir responsabilidades y demostrar madurez para afrontar decisiones. En el fondo, se reivindica la autonomía, pero con las cosas más complicadas se llama: usted regule que así evito tenerme que enfrentar al claustro y discutir mucho. La voluntad de autonomía, muchas veces, se contradice con la necesidad de funcionar en las universidades.
La lógica corporativa y la metáfora del salvaje oeste
Las universidades son conservadoras de puertas adentro e innovadoras hacia afuera, pero tienen una gran capacidad de adaptación. La lógica de corporación de las universidades hace que el nivel de tensión y de contradicción se asuma como un elemento propio.
Un profesor me decía que la universidad es como una caravana de aquellas que vemos en las películas del Oeste. Varios carros van juntos hacia el Oeste, todos tienen objetivos diferentes. Están los jugadores de cartas, los pistoleros, los buscadores de oro, los mormones, las prostitutas… Solo están de acuerdo en ir juntos hacia el Oeste y cuando llegan los indios —los indios son cualquiera que quiera dirigir y decidir sobre ellos—, entonces hacen un corro, se defienden y consiguen derrotar a quien quiere imponerse y vuelven a ir hacia el Oeste. La metáfora es buena. En la Universidad, cuando se pretende generar objetivos coherentes y sistemáticos hay muchas dificultades; pero la misma contradicción hace que la capacidad de innovación se mantenga, a pesar de las resistencias del funcionamiento corporativo.
No se entiende que el único docente que no recibe una formación docente sea el docente universitario.
Cómo dice Peter Drucker, las tres organizaciones más difíciles de gestionar son las orquestas sinfónicas, los hospitales y las universidades, porque están organizadas y formadas por profesionales que no aceptan fácilmente la regla de la jerarquía. Si les quieres imponer una regla de jerarquía muy fuerte y los proletarizas, estarás perdiendo la lógica profesional y del prestigio.
¿Diversidad y pluralidad de perfiles, universidades de docencia y universidades de investigación? ¿Docencia e investigación, un binomio en tensión?
En ocho años el 53% de la plantilla de las universidades se jubilará; está en marcha una gran transición del núcleo humano sobre el cual pivotaba la Universidad hace veinte años.
En el debate de la LOSU había algunas voces que querían reforzar la diferencia entre universidades docentes y universidades de investigación, o entre profesores que solo hicieran docencia y profesores que solo hicieran investigación. La tendencia desde el Ministerio, y la mía personal, fue intentar evitar que esto pasara y buscar una lógica de equilibrio entre la docencia y la investigación.
Con las leyes anteriores, los sexenios de investigación han ayudado a dar un salto adelante en la producción científica. Pero se ha generado un efecto túnel, los sexenios se han convertido en un elemento decisivo más allá del complemento salarial. Esto ha hecho que se dejara de lado la docencia. En la LOSU hemos situado la docencia y la investigación, formalmente, al mismo nivel.
Hemos pasado 14 años con infrafinanciación. Y la pregunta es, ¿quien se ha quejado? Solo nos hemos quejado nosotros.
La infrafinanciación de los últimos años ha provocado que se haya recurrido al profesorado asociado para cubrir la docencia. Hemos marcado mínimos de dedicación docente, sea cual sea el nivel de investigación y hemos recuperado los asociados «auténticos»: personas de prestigio profesional que hagan docencia relacionada con su especialización, y esto es contradictorio con impartir cursos generalistas de primer curso donde habría de haber profesorado permanente. Yo he estado los últimos años dando el primer curso de Ciencia Política en la UAB y era el único catedrático en todo el primer curso.
La docencia y difusión del conocimiento es un elemento central que explica y justifica la existencia de la Universidad. Hay que recuperar el origen primigenio de las universidades, cuando la gente hacía kilómetros para ir a escuchar a Fray Luís de León y recuperar el valor de la docencia, pero lo tenemos que hacer mejor. Las condiciones, las metodologías, los instrumentos, el alumnado… han cambiado; tenemos que ser capaces de cambiar y hacer mejor docencia, incorporando formación e innovación o nuevas metodologías, como el aprendizaje servicio. No se entiende que el único docente que no recibe una formación docente sea el docente universitario.

Joan Subirats, el 19 de mayo, en la supermanzana de la calle Consell de Cent. Foto de Xavier Jubierre.
El conocimiento científico, un bien común. Ciencia abierta.
Es inexplicable pagar por publicar artículos financiados con investigación y fondos públicos. Desde la UE y las universidades hay una gran preocupación por la evaluación de la investigación y el acceso abierto. Así se ha puesto de manifiesto con las declaraciones de Leiden y DORA (San Francisco) o la coalición de universidades y de instituciones científicas CoARA (Coalition for Advancing Research Assessment) para revisar la evaluación de la investigación y ofrecer una alternativa de prestigio académico a las revistas controladas por algunas editoriales. Se estándando pasos importantes. Desde los ministerios de Ciencia y de Universidades estamos invirtiendo y acordando con las editoriales el acceso a publicaciones por parte de las bibliotecas universitarias y los centros de investigación o desarrollando repositorios generales, promoviendo las alianzas y la adhesión de todos los organismos públicos.
Rankings, evaluación, financiación y compromiso social
Por cada euro invertido en la universidad se tiene que ver cuántos euros vuelven a la sociedad. Estamos trabajando en una investigación sobre el peso de las universidades públicas en el PIB de cada provincia. Por ejemplo, la Universidad de Granada representa el 6% del PIB y es el primer empleador de la provincia. Las universidades públicas catalanas están en torno al 3% del PIB y representan casi el 2% de la población ocupada. En muchos lugares son la primera empresa. Este tipo de análisis es muy importante a la hora de plantear la diversidad de formas de evaluar las universidades que hemos de tener. No solo tenemos que considerar si tienen premios Nobel o si publican en los lugares más conocidos. Hay que ver cuál es el efecto que tienen en su entorno.
Estamos recuperando el nivel de financiación pública que teníamos en 2008. Hemos pasado catorce años con infrafinanciación. Y la pregunta es: ¿quién se ha quejado? Solo nos hemos quejado nosotros, los universitarios. Los recortes en la sanidad pública o en la educación obligatoria, han tenido una reacción social muy significativa. En el caso de las universidades, no. ¿Qué nos está diciendo esto? Tenemos que reforzar nuestras alianzas, no podemos ser vistos como una especie de lugar extraño; hay que seguir haciendo investigación básica, pero tenemos que ser más capaces de generar alianzas para la transferencia y el intercambio; tenemos un nivel de investigación muy alto, pero con poca transferencia social, se tiene que ir más allá de la educación de los 18 a los 29 años y plantearse cómo ser útiles en el proceso de formación permanente.
Las universidades tienen que entender que si quieren pedir más dinero, que tienen derecho a pedirlo porque están infrafinanciadas, han de ser capaces de generar un retorno social significativo.
Salir de la burbuja y evitar los callejones sin salida
Tenemos un porcentaje de población titulada universitaria de los más altos de Europa. El problema lo tenemos en la educación postobligatoria. Nuestra estructura educativa es 40-20-40, 40% universitarios, 20% secundaria postobligatoria y 40% de educación obligatoria. La mayoría de los países europeos es 40-40-20. Tenemos un problema de estructura. De los 1.700.000 estudiantes universitarios, un 95% son menores de 30 años. La UE nos dice que en 2030 tenemos que conseguir que el 60% de las personas de 16 a 75 años hayan pasado por una experiencia formativa antes porque si no tendrán déficits de ciudadanía.
Las universidades no pueden ningunear este capital formativo y tienen que empezar a pensar que necesitan estar más presentes en las dinámicas sociales y no dedicarse solo a «lo suyo». Si no lo hacen las universidades, lo harán otros. También las privadas, y otros agentes que pueden surgir. Las microcredenciales, introducidas en la LOSU, permitirán el reconocimiento de la experiencia profesional y que las personas que quieran actualizar sus conocimientos puedan ir a la universidad; si en su momento no pudieron ir a la universidad, podemos perfectamente reconocer su larga o corta experiencia profesional y darles la opción de formación específica.
También hemos dado un gran salto en la formación profesional, hemos mejorado los circuitos para evitar que haya callejones sin salida; hacer un ciclo formativo y después ir a la universidad empieza a ser normal y a la inversa, de la universidad en la FP; pasa poco, pero empieza a pasar. Estamos entrando en la formación dual que alguna universidad, como la de Mondragón, ha desarrollado muy bien, pero otras no. Todo aquello que ayude a relacionar en mejores condiciones los aspectos formativos y la vinculación con la realidad social es muy importante.
¿El valor del título universitario, en crisis? Formación, ocupación, inserción laboral y profesional
Sigue siendo verdad que las personas que tienen titulación universitaria son las que más empleo encuentran, un 72%; un 60% y pico para la postobligatoria no universitaria y con la obligatoria no llega al 60%. El nivel formativo determina un mayor nivel de empleabilidad.
Pero tenemos un déficit de práctica y la sobre cualificación se da. Los empleadores no solo valoran el título, sino el portafolio personal, qué experiencia se ha acumulado a lo largo de la trayectoria personal, por ejemplo voluntariado, viajes, idiomas… o elementos que tienen que ver con las soft skills, aprendizajes que no son estrictamente transmisión de conocimiento.
Las titulaciones proporcionan estándares, pero las experiencias de cada cual tienen que ver con las mochilas culturales y son las que generan diferencias. A una persona de un instituto del Besòs y a una de una escuela de élite de Barcelona, lo que las diferencia no es el título de bachillerato, sino la mochila de experiencias personales, y esto tiene que ver con el nivel de renta o el nivel formativo de los padres. Por lo tanto, tenemos que ser capaces de asegurar que la barrera económica no impide el acceso a la universidad.
Cambiar la Universidad, ¿hacia dónde?
La Universidad continúa teniendo prestigio dentro de la lógica de crecimiento personal, pero si no es capaz de ponerse al día, su valor se puede degradar. No soy pesimista, pero es obligatorio ponerse las pilas. Lo que no vale es acomodarse. El cambio de época nos obliga a pensar y a cambiar la Universidad. Cómo decía Madeleine Albright, nos enfrentamos a retos del siglo XXI con ideas del siglo XX y utilizando instrumentos del siglo XIX. La estructura de la universidad que tenemos, básicamente humboldtiana, es del XIX; es evidente que necesitemos cambiar estos instrumentos y ponernos al día.
Otros países distinguen dos tipos de centros, las universidades científicas o literarias y las universidades aplicadas. Desde mi punto de vista, la no diferenciación que para algunos es un problema para mí es una ventaja. Dicho esto, los estándares de calidad investigadora tendrán que ser diferentes según el ámbito. Una tesis doctoral de un arquitecto no puede ser igual que la de un matemático. La evaluación de calidad de un violinista que da clases en la ESMUC no puede ser la misma que la evaluación de calidad de un profesor de psicología. Las agencias de evaluación como la AQU o la ANECA tienen el gran reto de distinguir diferentes niveles de investigación. El doctorado nos da el nivel de investigación básica, pero tendría que ser diferente según las circunstancias y hay que pensar la manera de cambiarlo.
No tendríamos que renunciar a que ámbitos como los artísticos, la danza, el teatro, la música o enseñanzas más técnicas y aplicadas puedan tener el reconocimiento de niveles básicos de investigación propios de la universidad. Si no, estaremos generando universidades de primera y universidades de segunda; otros países lo han hecho, Alemania es un ejemplo. Pero yo creo que tendríamos que ser capaces de integrar las dinámicas de cada cual, hace falta más interdisciplinariedad y transdisciplinariedad. ¿Cómo podríamos relacionar al violinista con el matemático? La casualidad —la serendipity— genera dinámicas de innovación insospechadas.
En un momento en que estamos hablando de inteligencia artificial y condicionados por los algoritmos, ¿cómo podemos recuperar aquello que es propiamente humano? ¿Cómo equivocarse, experimentar y no someterse a las lógicas acumulativas? Necesitamos una formación más transversal, formación humanística en las enseñanzas técnicas o nuevas propuestas como los grados abiertos.
Cultura científica para mejorar la democracia y la convivencia
La rapidez con la que queremos enfrentar algunos cambios puede generar incomprensiones y fomentar posiciones tierraplanistas y negacionistas. La UE se plantea ir más despacio con la implementación de cambios en el ámbito medioambiental y de lucha contra el cambio climático. La ciencia ciudadana, acercar la ciencia a la gente a través de multiplicidad de vías, es una forma de intentar vacunarnos contra estos elementos. En el momento en que la gente forma parte del debate científico desde los inicios del proyecto o participa incorporando datos, se genera complicidad y una mejor respuesta a los problemas. Desde las universidades podemos generar lógicas de complicidad con la sociedad y lo tenemos que hacer institucionalmente. Las universidades deben tener capacidad de estar presentes en la sociedad como instituciones.
De la Academia a la Política
No he tenido nunca vocación de hacer carrera política, ha ido surgiendo. Estoy satisfecho de haber podido contrastar la aplicabilidad de lo que había trabajado y aprendido en el ámbito académico. Me han sorprendido algunas cosas y en otras he confirmado hipótesis previas. Me gustaría escribirlo algún día.
En el Ayuntamiento pude materializar proyectos, ver cómo funcionaban, como la Bienal de Pensamiento y Ciencia. El ministerio fue una sorpresa y el nivel de inmediatez es muy diferente, pero el peso del BOE es brutal. No ves inmediatamente los resultados, pero sabes que estás moviendo el barco y que si lo mueves bien, al cabo de un tiempo transciende.
Las universidades tienen que entender que, si quieren pedir más dinero, tienen que ser capaces de generar un retorno social significativo.
Formar parte del primer gobierno de coalición progresista que ha tenido este país es una experiencia positiva, con ventajas e inconvenientes; no había tradición y esto genera dificultades. Estoy contento de haber formado parte de un gobierno que tiene un renovado y potente compromiso socialdemócrata. Superada o no la fase de la tercera vía de Tony Blair, ahora hace ochenta años del informe Beveridge que dio lugar al inicio del Welfare State y al cambio de época, igual que entonces, hace falta el relanzamiento del Estado de bienestar con claves nuevas.
En el futuro, reeditar el gobierno de coalición será inevitable porque las circunstancias son diferentes de las otras épocas; a pesar de que se mantengan las familias políticas tradicionales la diversidad, la pluralidad y la fragmentación es muy grande, no solo en España.
Sumar, un proyecto de izquierda transformadora con posibilidades
El espacio político de Sumar es necesario; recoge e intenta coser un conjunto de alternativas muy diferentes que se han dado territorialmente y de manera circunstancial en lugares diferentes y por razones diferentes. El intento de recoser este espacio hace que haya posibilidades para que su capacidad de influencia pueda ser menos testimonial y más materialmente significativa. A veces, estas fuerzas políticas situadas a la izquierda del partido socialista se sitúan mucho en las esquinas. Si se es capaz de articularlas, su influencia puede ser más grande y puede ayudar, en momentos de polarización entre derecha e izquierda como estamos viviendo en toda Europa, a configurar una izquierda transformadora con posibilidades. En este sentido, estratégicamente, lo veo positivo.
Ahora, no hay que esconder las dificultades que tiene reunir piezas con dinámicas diferentes; no es nada sencillo, como estamos viendo. La fuerza que tienen el Partido Socialista o el Partido Popular, con unas tradiciones muy bien asentadas de partido, hace que su capacidad de dar respuestas sea mucho más estructurada. En el caso de Sumar se tienen que hacer muchos esfuerzos, puesto que las diferencias se ponen por delante de aquello que podría funcionar.