Joanna Hogg está de moda. A partir de The Souvenir (2019), su cine ha pasado a formar parte –parece que definitivamente-- de ese panteón de autores contemporáneos sancionado por festivales y filmotecas y bendecido por la crítica especializada. Puede que la nueva ola feminista haya tenido también algo que ver en esa canonización, pero por otro lado no cabe duda de que Hogg es una cineasta de pura raza, una de las creadoras de formas más inventivas e innovadoras del nuevo siglo.

Dos cuestiones salen al paso, sin embargo, al abordar un caso como el suyo, que a su vez es altamente ilustrativo de las derivas de cierto cine contemporáneo. Por un lado, resulta inquietante que el prestigio adquirido por Hogg en los últimos años no sea en absoluto equivalente a su popularidad, al conocimiento que de sus películas pueda tener el espectador medio. Por otro, teniendo en cuenta que su filmografía se inicia en 1986, habría que preguntarse por qué ha tardado tanto en ser reconocida como una artista indispensable para entender el panorama cinematográfico actual.

Ambas cuestiones parecen nimias, incluso un tanto frívolas, y sin embargo resultan trascendentales para definir qué es hoy en día eso del cine o, por decir lo mismo de otra manera, qué va a ser de él en la época de las plataformas, el streaming y –last but not least— el fetichismo de los premios.

Para leer el artículo completo escoge una suscripción de pago o accede si ya eres usuario/suscriptor.