Si algo llama enseguida la atención en Carrers i altres relats, de Stephen Dixon (Nueva York, 1936 - Towson, 2019), es que el comienzo de cada uno de los cuentos reunidos aquí coloca al lector en un estado de alerta, como si el golpe en la cabeza de la primera frase, o la pura acción de las escenas iniciales, ya avisaran de que está a punto de sumergirse en un mundo donde lo peor parece que esté condenado a desencadenarse porque sí: en «Un paio enamorat» alguien angustiosamente alterado llama con el puño a una puerta antes de pulsar el timbre y, acto seguido, ante la negativa de la mujer a recibirlo, le da a la puerta unas cuantas patadas; en «Històries de la 14» un tal Eugene Randall se pone una pistola frente a la boca y dispara; en «La firma», en una habitación de hospital, un hombre se queda solo ante su esposa muerta y le da un beso en las manos y, en otra habitación de otro hospital, en «Tall», un paciente está a la espera de que le amputen una pierna por encima de la cadera; en «L’intrús» un marido entra tan rutinariamente como siempre en su casa y se tropieza con un desconocido que está violando a su mujer.
Llegado a este punto, cuando se comienza el siguiente cuento, el que da título a la antología, y se sabe que el narrador pasa el rato mirando a un hombre y una mujer parados en una esquina, o cuando en el siguiente, «El rellotge», se oye la voz de un mendigo pidiendo una moneda a un transeúnte, el lector ya no se extraña nada al sorprenderse conjeturando qué clase de desgracia se está incubando, qué malévola perfección ha urdido la coincidencia; tampoco se sorprende al intentar imaginar el tipo de desventura que se forjará en «Adeu a l’adeu» a partir del momento en que una mujer no acepta el regalo de aniversario que le tiene preparado su marido, o qué puede impulsar al padre del protagonista de «Hora de marxar» —una de les joyas de esta antología de joyas— a seguirlo obstinadamente como una amenaza allí donde vaya, o el tipo de violencia que se encargará de aniquilar al protagonista de uno de los cuentos más ambiguos de la recopilación, «La carta». También parece inevitable que Carrers i altres relats se cierre con un cuento, «El rescatador», en el cual, nada más empezar, el protagonista «oye gente que grita, los mira, mira hacia donde miran y señalan, ve a una criatura encaramada sobre una silla junto a la barandilla de un balcón, a una altura de diez pisos» y el lector empieza a sufrir.