En Europa tiene lugar a la vista de todo el mundo pero no todo el mundo lo sabe ver como un fenómeno de unificación ideológica que se traducirá más tarde o más temprano según el país en una reunificación política de la derecha conservadora y la ultraderecha, en el caso de España del Partido Popular y Vox. No nos tendrían que extrañar ni la unificación ni la reunificación. Al fin y al cabo las dos derechas, aunque separadas, comparten un tronco común de ideas y la mayor parte de las ultraderechas han sido fundadas a partir de escisiones de los partidos de la derecha.
La ultraderecha no es un “tercer género” a añadir a la derecha y a la izquierda como pretende. Si hacemos el ejercicio de sacar radicalidad a sus ideas, un grado o dos o tres, depende de la idea y de las circunstancias, y conseguimos que sea sobrero el prefijo “ultra”, resulta que aquello que queda son ideas de derecha, de la derecha de toda la vida. Incluso, en materias como la economía no tienen diferencias apreciables, la ultraderecha sigue de pe a pa la posición de la derecha sobre el liberalismo económico y financiero y el mínimo Estado en los asuntos económicos, salvo que se tenga que socorrer a empresas, entidades bancarias incluidas. Solo se reserva propugnar la “preferencia nacional” en prestaciones públicas y ayudas sociales para aplicarla sobre todo a los inmigrantes.
Si la ultraderecha fuera un “tercer género”, el primer interesado a denunciar sus ideas, a mantenerlo contenido por un “cordón sanitario” y confinado en un espacio radicalizado de forma que no le resulte un competidor electoral, sería la derecha conservadora. Así es todavía por los antecedentes históricos y la firmeza de convicciones de alguna derecha, como ha sido el caso de la democracia cristiana alemana.
Hay que reconocer que a la derecha se le hace difícil hacer frente a la ultraderecha en el terreno ideológico, puesto que la radicalidad derechista de la idea compartida a menudo es una cuestión de matiz, de interpretación del dirigente, de oportunidad en función del contexto y de las circunstancias.
En el PP, Díaz Ayuso y Moreno Bonilla se expresan con registros diferentes en determinadas materias, los de aquella más próximos a los de Vox, los de este más en la línea de la derecha de siempre.
La ultraderecha está tendencialmente o ya firmemente instalada a Europa alimentada por una oleada transversal de conservadurismo en las costumbres -puede parecer anecdótico, en todo caso es más que un cambio de moda: el topless casi ha desaparecido de playas y piscinas-, por la reacción frente a cambios sociales impulsados por sectores muy dinámicos y apresurados que a otros los cuesta aceptar. Se podría hablar también de “fatiga de libertades”-, por miedos fundados o irracionales a la inmigración, a la crisis económica, a la pérdida de identidades y de prosperidad, al futuro, al fin y al cabo.
Si esto ocurre en el interior de las sociedades europeas, también se aprecia en el ámbito internacional. Es una muestra de ello la cruzada moralista de Vladímir Putin de denuncia de la decadencia de Occidente, donde, según él, se habrían perdido o embotado los valores, tradicionales y estructuradores, de la familia, la religiosidad y la autoridad, cruzada que lleva a cabo en Rusia y que es elogiada por las ultraderechas europeas que copian en la medida que pueden.
Es mejor reconocer (y conocer) la realidad del fenómeno de la ultraderecha que ocultarlo e ignorarlo detrás de un ficticio “cordón sanitario” que hace aguas por todas partes y que aquí el PP ha enterrado sin manías. Reconocida la existencia del elefante en el escenario político, no hay muchas opciones para sus adversarios: convivir o combatirlo, dependerá de la inclinación de cada cual, a menudo influida por la propaganda política en un sentido o en otro.
Dos derechas diferenciadas solo por matices e intensidades es una separación que perjudica el bloque de las derechas a pesar de ser más compacto que el de las izquierdas. A la corta o a la larga, la necesidad de la máxima eficacia política, que las derechas buscan más que la izquierda, las empujará hacia la reunificación política, los procesos de la cual serán nacionales, por lo tanto, con especificidades propias de cada país. Grosso modo se pueden distinguir dos líneas de actuación: la reunificación dirigida por la derecha o la reunificación de facto por la ultraderecha.
Francia
El Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen, convertido ahora en un “centro ultraderecha” por el surgimiento de la más extrema Reconquête de Eric Zemmour -un defensor acérrimo de la teoría conspiranoica del “gran reemplazo”, la sustitución de la población autóctona francesa por un poblamiento afro-musulmán-, ha templado la retórica – agir et convaincre en douceur, actuar y convencer suavemente dicen-, modulando los objetivos. El RN elección tras elección erosiona a los Républicains, el partido de la derecha conservadora, que en vez de defender el perfil tradicional de la derecha de origen gaullista, que fue dominante en Francia durante décadas, adopta ideas y posiciones propias de la ultraderecha.
La liquidación electoral de los Républicains podría ser definitiva en las elecciones presidenciales de 2027, que Marine Le Pen prepara concienzudamente. Será su última oportunidad y esta vez con perspectivas favorables por el declive general de la derecha y porque el centro liberal y europeísta de Emmanuel Macron, que no se puede volver a presentar, no tiene un sucesor definido.
Dos evoluciones recientes de la estrategia del RN, todavía incipientes pero bastante significativas, evidencian el propósito de representar políticamente todo el espectro ideológico de la derecha: el acercamiento a la Unión Europea y el reconocimiento de la existencia del cambio climático.
Lejos queda el “Frexit” insinuado por Marine Le Pen en la campaña de las presidenciales francesas de 2017 y el marcado tono euroescéptico en la campaña de 2022. Ahora se conforma con la contención de la integración europea desde dentro de la Unión Europea y, además, intentaría aprovechar las potencialidades de la Unión en interés y beneficio de Francia, una intención que ya estaba presente en el nacional-europeismo de De Gaulle.
Este presunto aprovechamiento no es disparatado o distópico. Se puede imaginar una Unión (ul tra)derechizada que como potencia económica y política (también militar, apoyada en el poder nuclear de Francia y en su “derecho” de veto en el Consejo de Seguridad) desarrollaría políticas de poder en la esfera internacional, que las ultraderechas más reticentes hacia la integración europea saben que ya no están al alcance de ningún Estado nacional, pero que sueñan por la nostalgia de la Europa imperial del pasado.
Los informes del Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático (el IPCC), que desde 1988 reúnen las aportaciones de miles de científicos de todo el mundo, con una presencia destacada de expertos franceses, son tan abrumadores y las evidencias tan manifiestas que el posicionamiento negacionista de la ultraderecha se hacía insostenible y le impedía la ampliación de la base social hacia sectores de las clases medianas sensibles al cambio climático. Todavía no todas las ultraderechas han comprendido la conveniencia de asumir la realidad del cambio climático, pero la “comprensión” del RN hará escuela.
De momento, las propuestas del RN respecto al cambio climático se centran en la protección de la naturaleza por la vía de la recuperación del campo con el fomento de las actividades agrícolas; por otro lado, una vía interesada y fácil para el RN, puesto que tiene una buena implantación en el mundo rural. Las propuestas inevitablemente irán a más a medida que aumente la alarma social por el cambio climático.
En Francia la reunificación de las derechas se hará de facto por la ultraderecha, que, ciertamente, topará con resistencias republicanas y habrá grupos que se negarán a participar, pero de aquí un tiempo el Rassemblement National, que quizás cambiará de nombre, ocupará todo el espacio de la derecha: será la derecha.
España
En España el proceso no ha avanzado mucho, pero se pueden apreciar algunos indicios. Aznar cuando gobernaba lo tenía claro: había que unir todo el espectro político a la derecha del PSOE bajo las siglas del Partido Popular, y en cierto modo lo consiguió. Durante sus mandatos presidenciales (1996-2004), el PP era una balsa de aceite, sin contestación interna, ninguna escisión y un nivel de trasvase de votos a otras formaciones apenas detectable. No fue así en la época de Mariano Rajoy (2011-2018), que no supo evitar la creación de Vox el 2013 por destacados exmilitantes del PP que en parte lo justificaron por la “pasividad” de Rajoy frente al independentismo.
Ahora, no por los aciertos de Núñez Feijóo, sino por un cúmulo de circunstancias, la más destacable de las cuales es el retorno de un bipartidismo (diferente) en forma de bloquismo de derecha y de izquierda que impele al agrupamiento de fuerzas -a la izquierda lo configuran el PSOE y Sumar-. El PP tiene la oportunidad de amortizar Vox con la ayuda de los errores de Vox, tanto organizativos como ideológicos, lanzado a una radicalización “excesiva” plasmada en el programa electoral del 23-J (2023) -que desbordaría el marco constitucional si se intentara llevar a la práctica, pero que está cubierto por la libertad ideológica de artículo 16 de la Constitución- y en la defenestración de Iván Espinosa de los Monteros por el triunfo de la línea más dura del vicepresidente e ideólogo del partido Jorge Buxadé.
El PP ha acortado la distancia ideológica que lo separa de Vox extremando los planteamientos propios con una rapidez e intensidad como no ha hecho cabe otra derecha europea respecto a la ultraderecha, cosa que, si ha ido bien a la campaña de la izquierda, ha restado atractivo a Vox que el 23-J perdió miles de votos a favor del PP. Y las tan criticadas por la izquierda coaliciones de gobierno municipal y autonómico del PP y Vox en las cuales la ultraderecha es el socio minoritario, se tienen que interpretar también como el abrazo del oso a Vox, justo lo contrario de lo que se piensa. Si las coaliciones van bien, será gracias al PP, si van mal, será por culpa de Vox. Así lo interpretará el potente aparato mediático a disposición del PP.
Vox no puede competir en organización, implantación territorial y seguimiento por tradición con el PP, sin olvidar que no cuenta con apoyos mediáticos comparables a los del PP. Si en algún momento los dirigentes de Vox han imaginado hacer el sorpaso al PP se han equivocado tanto como se equivocaron los dirigentes de Ciutadans. El PP es mucho PP y a pesar de dudas y debilidades coyunturales hará él la reunificación absorbiendo Vox por la vía de dejarlo sin sentido ideológico -si las dos derechas dicen aproximadamente el mismo, la gente preferirá el PP-, bono y acabando para hacerlo políticamente innecesario.
Las derechas periféricas, como Junts con el cual el PP aprecia “coincidencias programáticas” (económicas y sociales), por ahora no participan en el proceso de reunificación.
Italia
En Italia la reunificación lo está haciendo el ultraderechista Fratelli de Italia, fundado el 2012, que obtuvo el 26,1% a las elecciones legislativas de septiembre de 2022 y el octubre la presidenta del partido, Georgia Meloni, formó gobierno en coalición con La Lega de Matteo Salvini, extrema derecha nacionalista, y Forza Italia, del recientemente traspasado Silvio Berlusconi, derecha populista, a los cuales jibarizó electoralmente apelando al voto útil para “una nueva derecha”.
Meloni ha “modernizado” la extrema derecha italiana que arrastraba un pesado pasado de mussolinismo. No se reconoce públicamente como fascista o neofascista, ni siquiera como nostálgica del fascismo, al cual sitúa como una experiencia con pros y contras, pero histórica. Meloni está construyendo una derecha de ideas radicales respecto a la derecha conservadora que habrá que ver hasta donde llega en extremismo.
De momento, desarrolla una doble estrategia: en política exterior se muestra atlantista sin reservas ante la agresión de Rusia en Ucrania -mejor dispuesta que el húngaro Víktor Orbán o Marino Le Pen- y en economía no se ha alejado de la línea ortodoxa de su predecesor en la presidencia del gobierno italiano, Mario Draghi, que contaba con la bendición de Bruselas. Está claro que se siente forzada a adoptar esta actitud, por cuanto no tiene mucho margen de maniobra. Con una deuda exterior del 147% del PIB, Meloni necesita imperiosamente los fondos Next Generation EU, que aportarán en Italia unos 191.500 millones de euros, la tabla de salvación para evitar una quiebra. Esto tiene un precio: moderación.
En política interior el ideario de Meloni es plenamente ultraderechista, rechaza el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual, el transgénero, el colectivo LGTBI, el feminismo (matizadamente, puesto que no puede obviar su condición femenina), la inmigración, etc. y va ensayando actuaciones “prudentes” y espaciadas de rechazo que no provoquen una reacción de alerta o de condena por parte de las instituciones europeas.
Meloni, que se postula como referencia europea de una nueva (ultra)derecha y que tanto ha hecho para normalizar la ultraderecha, no tiene competidor de derecha en el interior. Aquella Democrazia Cristiana de De Gasperi, Aldo Moro y Giulio Andreotti que fue clave para la reconstrucción de Italia después de 1945 y dominó durante medio siglo la política italiana se disolvió el 1994 quemada por la corrupción. Meloni tiene encarrilada una reunificación de las derechas, que, aun así, podría ser temporal o frustrarse. A Meloni el peligro puede venirle de la propia ultraderecha, su línea “centrista” y pausada podría verse contestada desde el lado más ultra. El secesionismo es un clásico de la política italiana.
Alemania
El “cordón sanitario” ha funcionado drásticamente en Alemania hasta hace poco. Todavía resuena el golpe de autoridad moral y de coherencia política de la (ex)cancillera alemana Angela Merkel, que el febrero de 2020 hizo revocar el nombramiento del primer ministro del estado federado de Turingia porque fue elegido con los votos de la ultraderechista Alternative für Deustchand (AFD), sumados a los de su partido. Se rompía así, arguyó Merkel, “una concepción básica para la CDU: no formar mayorías con la participación de la AFD”. Bien que, probablemente, aquel haya sido el canto del cisne del “cordón sanitario” en Alemania. El sucesor de Merkel al frente de la CDU, Friedrich Merz, pertenece al ala más derechista de la democracia cristiana y todo y sus declaraciones oponiéndose a la AFD no se espera de él la firmeza de Merkel.
El junio de 2023 el AFD va ganó con un 53% de los votos las elecciones al distrito de Sonnenberg de Turingia por la falta de concertación de la democracia cristiana, los socialdemócratas de la SPD, los verdes de Die Grünen y la izquierdista Die Linke, y por primera vez ultraderechistas de la AFD ocuparán los cargos institucionales de un distrito alemán, todo un descalabro en la cultura política alemana cargado de emoción por el que significaba y de reproches cruzados entre los partidos que no lo supieron evitar.
Hasta ahora, los otros partidos alemanes y la opinión pública no se habían planteado la pregunta “Qué hacer con la AFD?”, porque fuera del Bundestag, el parlamento federal, donde el 2021 consiguió 83 escaños, y de algunos Landtag, los parlamentos de los estados federados, el AFD no es presente a las instituciones de gobierno de Alemania. Pero, las encuestas le atribuyen una intención de voto del 20% de media que sube espectacularmente al este de Alemania, en el estado de Turingia, donde se celebrarán elecciones parlamentarias en abril de 2024, frota el 35%. A quien se apunta preferentemente en espera de respuesta al interrogante es a la CDU, que ya no es la CDU de Merkel.
En el Congreso del AFD celebrado en agosto de 2023 para definir el programa para las elecciones europeas de junio de 2024 en síntesis se acordó: blindar Europa; fortalecer los Estados nacionales; frenar la inmigración; poner barreras físicas en las fronteras de Europa; crear la “fortaleza Europa”; abandonar el euro tan pronto como sea posible; preparar la disolución de la Unión Europea; emanciparse de los Estados Unidos; acercarse en Rusia.
Dejando de banda que los objetivos son contradictorios entre sí e impracticables, en conjunto constituyen una enmienda a la totalidad del proyecto de construcción europea, a la política tradicional de los partidos demócrata cristianos, socialdemócrata, liberal y verdes y a la definición de una Alemania europea. Es difícilmente imaginable algún tipo de concertación ni siquiera de los partidos más a la derecha, CDU, CSU, la rama bávara de la democracia cristiana, y los liberales del FDP con la radical AFD, que, por si no fuera suficiente, está sometida a vigilancia por la Oficina Federal para la Protección de la Constitución a causa de ideas a su sí “no compatibles con la Ley Fundamental”.
Con un apestado en términos democráticos no se hacen tratos, y, aun así, este “cordón sanitario” moral – el «cordón sanitario» político probablemente lo cortarán los votantes- no resolverá los problemas de gobernabilidad que se producirán en Alemania sobre todo a nivel local y regional, si se confirman los resultados que apuntan las encuestas. Por lo tanto, la respuesta a aquel interrogante será más abierta que tajante.
En Alemania tardará a hablarse de la posibilidad de una reunificación de las derechas, tanto por la radicalidad de la ultraderechista AFD como porque la derecha conservadora, la democracia cristiana, por sus antecedentes históricos -y los de Alemania- no está culturalmente preparada.
Me consta que los pactos de gobierno del PP con Vox han escandalizado conspicuos demócrata cristianos alemanes; de entrada, no han entendido los pactos, tan numerosos como generosos por parte del PP.