El hombre ha llegado a la Luna. La mujer, aún no. La misión Artemis I está preparando el terreno para que eso ocurra en unos años, pero mientras tanto ya ha despegado de la Tierra Rigoberta Bandini. Tan veloz y fulgurante como un meteorito, la artista catalana ha brillado como una gran estrella sin tener ningún disco convencional en el mercado, y justo ha anunciado su retirada (temporal) cuando su primer álbum completo, La emperatriz, acaba de ver la luz. Es el signo de los tiempos. Todo se quema tan rápido que las etapas se dan por terminadas antes de empezarlas. Estamos hablando de una artista que en verano de 2021 se hizo más viral que el covid y que el pasado otoño decidió poner freno a su colosal resplandor.
¿Qué ha pasado en ese corto intervalo de tiempo que a ella le parece una eternidad? Aunque ya se había viralizado In Spain we called it soledad tras una campaña del Ministerio de Igualdad, todo estalló con Ay, mamá, esa bailable y pegadiza canción aireada en el Benidorm Fest que, aunque se quedó a las puertas de Eurovisión, se convirtió en un gran himno intergeneracional, feminista y llenapistas. Menudo hallazgo. Ni los ejecutivos de las discográficas que se rebanan los sesos para encontrar nichos de éxito, ni los grandes alquimistas de la mercadotecnia, habían pensado ni por asomo en la fórmula Bandini, pócima creada por ella en la soledad de su habitación.
Una mujer real, alejada de los cánones machacones de la publicidad, la moda y el perreo. Tan imperfecta y tan sexi como Bridget Jones. Una mujer que no sabe hacer un huevo frito, pero reivindica el caldo en la nevera de su madre mientras suena el arrebatador ritmo de un bombo a negras. Una mujer que le canta a la menstruación y que ya solo quiere hacerle canciones de amor a su hijo. Una artista de aspiraciones rompedoras que al mismo tiempo reverencia a Mocedades, Julio Iglesias, Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, Silvia Rodríguez, Abba, Franco Battiato, Mónica Naranjo… Toda una disparidad de nombres de la vieja guardia revuelta con una base electrónica motivacional. Una hermana mayor que sabe congeniar tan bien con la modosita Amaya como con la Rosalía más despechá. Una mujer con la que millones de madres e hijas pueden sentirse identificadas, aunque quizá a otras les espante. Un lolololo femenino que transciende el lolololo futbolero e invita a las mujeres a abrazarse y cantar. Por último, y aquí es preciso detenerse, una mujer cristiana que enseña las tetas.
Mostrar una teta sigue siendo una manera de escandalizar a quienes parece que siempre están deseando ser escandalizados.
Pues sí, en esas estamos. Una teta todavía logra escandalizar, en un siglo XXI donde las redes sociales aún siguen censurando el pezón femenino, prisioneras del más recalcitrante puritanismo americano. Afrodita Bandini, ¡pechos fuera! Basta observar el videoclip oficial de Ay, mamá para darse cuenta de la clara referencia a la vieja heroína de Mazinger Z, o al recuerdo distorsionado que guardamos de ella (en realidad Mazinger decía «¡puños fuera!» y Afrodita «¡fuego de pecho!», pero la memoria colectiva hizo la síntesis) En cualquier caso, qué adelantada era Afrodita, vista ahora en perspectiva. Qué moderna era la teta gigante que perseguía a Woody Allen en Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972).
Algunas reacciones demuestran que cuando Rigoberta Bandini canta «no sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas» se refiere a algo que, por desgracia, está más vigente de lo que cabría pensar. Mostrar una teta, aunque sea una madre o una Sabrina cantado Boys, boys, boys, sigue siendo una manera de escandalizar a quienes parece que siempre están deseando ser escandalizados. Hay mucha autoterapia también en ese himno. De adolescente decidió hacerse una operación para reducirse el pecho porque se sentía «continuamente agredida por miradas masculinas, hasta el punto de odiar mi propio cuerpo».
Auténtica
Como personaje creado y moldeado por la actriz, escritora y dobladora de cine Paula Ribó (Barcelona, 1990), Rigoberta Bandini no hace un pop inocente, y con la carga política que contienen sus letras ha logrado incomodar casi por igual a la derecha y a la izquierda. ¿Es una activista punk? ¿Es una pija de las teresianas? ¿Es una activista podemita? ¿Es discípula del Opus Dei? Todas estas preguntas, aparentemente contradictorias entre sí, le han sido planteadas en algún momento de su año y medio de éxito. Eso lleva a pensar que Bandini es altamente contradictoria y, por tanto, auténtica.
Nacida y crecida en una familia de clase media alta, Bandini hace malabares para no renunciar a ningún público.
Nacida y crecida en una familia de clase media alta, Bandini hace malabares para no renunciar a ningún público. Una mujer muy orgullosa de ser catalana y de preferir cantar en castellano. Amiga de Manuela Carmena y seguidora del Papa Francisco. Mujer empoderada y a la vez defensora de la fidelidad intrafamiliar. Y sí, ferviente partidaria de que a los niños no se les permita tener móvil hasta los 15 años, pero que no se corta en exponer a su hijo en los videoclips, fumar en la misma habitación donde duerme el bebé (Ay, mamá) o darle a probar una porción de pizza grasienta (Canciones de amor a ti). «Que los bosques sigan donde están / que aún exista el dulce olor a pan / ojalá que quede para ti un mundo como el mío», dice la letra de Cuando tú nazcas, una canción de Mocedades que Rigoberta suele versionar.
Edurne Uriarte, del PP, dijo que su feminismo era «casposo». Irene Montero, de Podemos, cree que Bandini es creadora de «hermosos lemas», pero también desde la izquierda más dogmática ha llegado esa descabellada idea de que su armazón ideológico pertenece al Opus. Ella se defiende: «Es que me cuelgan etiquetas de todos lados. Me la cuelgan de tradicionalista, pero también de lo contrario por reivindicar las tetas y decir que no nos dan ningún miedo. Los extremos a veces son los más irascibles. Pero yo no hago música para gustar a ningún extremo ni a ningún político. Hago música para la gente. Música que me guste a mí y letras que me flipen a mí, porque así luego va a ser más fácil conectar con la gente, que por lo general no sigue credos, ni idearios, ni conceptos preestablecidos.»
Cierta placidez burguesa
De algún modo, Rigoberta se alinea en el bando de Rosalía cuando ambas plantean revoluciones en las que reivindican a sus abuelas sanguíneas como esencial anclaje e inspiración. La abuela materna de Paula Ribó, fallecida el año pasado, es la protagonista del tema que da título al disco. «Ella es La emperatriz. Era la matriarca de mi familia y me transmitió muchas cosas que me sostienen. Para mí la gracia es coger la tradición, manosearla y hacer que ese viento sople a tu favor. El problema es cuando la tradición te viene impuesta, cuando te censuran y no te permiten ser. Pero coger las cosas buenas de la tradición y ponértelas como quieras, como un pañuelo, es superinteresante. Como artistas no podemos huir de la tradición porque es un terreno muy fértil. Sería absurdo. Hay que jugar con ella como una quiera para decir lo que una quiera».
¿Es una activista punk? ¿Es una pija de las teresianas? ¿Es una activista ‘podemita’? ¿Es discípula del Opus Dei?
Hay quien ve en la música de Bandini cierta placidez burguesa y cierto feminismo descafeinado de mujer blanca del primer mundo. Puede ser. No parece el suyo un feminismo holístico, universal, como el que propugnaba Angela Davis. Pero con ella siempre pasa lo mismo. Una puede parecer una cosa o la contraria. Ir de gira con su pareja y que todos sus músicos sean sus primos, puede ser visto como el refugio de una artista acomodada que canta sobre las bondades de la maternidad y aborda cuestiones espirituales sin ironía. O, al contrario, alguien también podría percibir la actitud de una mujer rebelde e inteligente que no se pliega al patriarcado, homenajea a las madres y hace de su feminidad un desafío.
Esa misma dualidad aparece cuando es capaz de poner banda sonora a la campaña del 8-M y luego aparecer en una revista con camisa y pantalón de alta firma italiana, collar en oro blanco y brillantes, más pulsera de eslabones en oro blanco y pavé de diamantes de otra exclusiva marca joyera.
Ella no juega a cantautora protesta, ni tampoco le gusta pasar por burguesa con la vida resuelta. «Que no escriba canciones sobre ciertos temas, o que aún no lo haya hecho, no significa que no me importen. Me preocupan las muertes que se producen a diario en el Mediterráneo, la gente que intenta llegar a Europa y muere en el intento. De hecho, creo que Open Arms debería recibir el Nobel de la Paz. También me preocupa la situación de las mujeres en Afganistán».
«La profundidad no siempre tiene que ir de la mano de lo complejo. De hecho, muchas veces la encuentras en lo cotidiano.»
Creada a sí misma en su propia casa (con su pareja Esteban Navarro, parte del dúo cómico Venga Monjas, ayudándole a estructurar y arreglar las canciones) intenta mantener el marchamo indie, pero no le hace ascos al mainstream. De hecho, sus canciones han protagonizado campañas de grandes marcas de ropa y cerveza. «Es un toma y daca, ¿no? No creo que el mainstream sea malo. El mainstream es un gran altavoz. El problema es cuando para entrar ahí haces cosas que tu corazón no quiere hacer. Pero si todas las canciones salen de tu corazón y resulta que eso se convierte en mainstream, entonces es maravilloso. Y sí, soy ambiciosa, quiero que mi música le llegue a mucha gente.»
Recluirse en el nido
Aunque asegura que sus letras «no son para esculpirlas en piedra y que sea eso el manuscrito de la Humanidad», está convencida de que bajo la apariencia despreocupada y popera pueden esconderse muchos mensajes. «La profundidad no siempre tiene que ir de la mano de lo complejo. De hecho, muchas veces la encuentras en lo cotidiano. Yo uso imágenes cercanas, muy fáciles en el mejor de los sentidos, para que la gente pueda conectar con esa profundidad. A veces pienso también que mi mayor terapeuta es la música. Hay algo de buscar en el saco e ir sacando cosas que me preocupan o me emocionan o que me apetece celebrar. Pero también invento. No se trata de un diario personal, porque entonces sería un rollo.»
El plan para 2023 es alejarse del ruido mediático, recluirse en el nido y que Rigoberta se reencuentre con Paula. Lo que se cuenten entre ellas marcará el futuro de ambas.