Un jugador le preguntó: «¿cómo debo llamarla: árbitro o señora árbitro?» y ella contestó: «¿a qué crees que me parezco más?» La escena ocurrió en 2014, cuando Stéphanie Frappart empezó a dirigir partidos de la Segunda División del fútbol francés masculino. Era la primera mujer que lo hacía. La primera en todo.
Nació en Le Plessis-Bouchard, un suburbio de París, hace 39 años. Para Stéphanie el fútbol siempre fue un asunto de familia. Junto a sus tres hermanos iba todos los fines de semana a animar a su padre, que jugaba como aficionado. Empezó a jugar al fútbol en el patio del colegio, con 10 años se enroló en un club, a los 13 empezó a devorar el reglamento y se enamoró del estudio de las normas. Tanto es así que cambió el balón por el silbato y empezó a arbitrar partidos infantiles. Fue en la Universidad, donde estudió Ciencias de la Educación Física y el Deporte, cuando tomó la decisión de dedicarse exclusivamente al arbitraje. Logró convertirse en la primera árbitra profesional del fútbol francés. La primera, otra vez.
Como el fútbol femenino era todavía incipiente Frappart dirigió multitud de partidos masculinos de categorías inferiores. Su madre siempre la acompañaba; pero en lugar de sentarse en la grada para ver a su hija, consumía los 90 minutos de partido paseando por las tripas del estadio. De esa forma evitaba escuchar las «lindezas» que un público, todavía misógino, le dedicaba a la joven Stéphanie. Ella no se inmutaba.
Adquirió un enorme prestigio dirigiendo el fútbol femenino. La nombraron la mejor colegiada del mundo dos años consecutivos, al tiempo que su papel en el fútbol de hombres era cada vez más importante.
Su debut en la Ligue 1 (la Primera División) en 2019 rompió esquemas y sentó jurisprudencia. Pitó la final de la Copa de Francia y luego la UEFA apostó por ella para dirigir la final de la Supercopa entre el Liverpool y el Chelsea. Una frase del entrenador de los Reds, Jürgen Klopp, al término de aquella final resuelta en los penaltis, explica la calidad del papel de Frappart: «Si hubiéramos jugado como ella pitaba, hubiésemos ganado 6-0».
A nadie le extrañó que meses después la viéramos en la Liga Europa, incluso que diera el salto a la Champions League, competición que la llevó al Bernabéu para dirigir el Real Madrid-Celtic. Pitó tres penaltis nada menos. Aquel día incluso los aficionados del Madrid más despistados le pusieron cara y aplaudieron su profesionalidad.
Impecable
Pero el titular que recorrió el planeta apareció el pasado 1 de diciembre: «Stephanie Frappart se convierte en la primera mujer de la historia en dirigir un partido de la Copa del Mundo masculina».
Marta Huerta de Aza, Guadalupe Porras, Yolanda Parga, destacadas árbitras españolas que conocen bien a la jueza francesa, que han compartido mucho fútbol con ella, no quisieron perderse aquel Costa Rica-Alemania del mundial de Qatar. Todas coinciden: «Era revelador y emocionante el primer plano que ofrecía la televisión del trío arbitral, íntegramente femenino, todavía en el foso, esperando saltar al terreno de juego. ¿Qué delataba la tensión extra de Stéphannie? Solo el gesto prieto de su mandíbula que desapareció en cuanto pisó el césped. Estuvo impecable como siempre».
Stéphanie Frappart vió el Argentina-Francia sentada en el palco como invitada especial del presidente Macron.
Al hecho histórico que una mujer fuera la máxima autoridad de un partido del Mundial masculino se añadía la brutal carga simbólica de hacerlo en un país donde las mujeres están tuteladas, sometidas, por los hombres. Muchos pensaron que tal vez podría haber dirigido la final. Para eso habrá que esperar algo más. Stéphanie Frappart vió el Argentina-Francia sentada en el palco como invitada especial del presidente Macron. La cita de Qatar ha agrandado su popularidad en Francia, el diario L’Equipe acaba de publicar la lista de las 30 personalidades del fútbol galo. El ranking lo encabeza Mbappé, le siguen el seleccionador Deschamps, Benzema, Messi, Zidane… y ella, sexto lugar.
Pasar inadvertida
Les pregunto a las colegiadas españolas por la mujer, que sin pretenderlo, se ha convertido en punta de lanza de un colectivo cada vez más importante: «De entrada introvertida, tímida, incluso vergonzosa. Después, la mejor de las amigas, generosa, divertida y humilde. Y lo más impactante, su autodisciplina».
Curiosamente la timidez tiene mucho que ver en su forma de dirigir. Stéphanie reconoce que la arrastra desde que era una niña, que el arbitraje le ha permitido liberarse de ella; pero que le enseñó a no llamar la atención en el terreno de juego. De hecho, esa es la máxima de un buen colegiado: pasar inadvertido.
Pero cualquier jugadora o jugador que ha compartido terreno de juego con la francesa añade otras cualidades: imperturbable, empática, dialogante, firme, de personalidad carismática y con una indiscutible auctoritas. ¿Tiene algún truco esta mujer de estatura y voz menudas para imponerse en el fragor de un partido a futbolistas con el ritmo cardíaco acelerado, enfurecidos ante una decisión que les es adversa? Lo tiene.
«Si un jugador me grita, la experiencia me ha enseñado que hablar tranquilamente baja la tensión.»
Ella lo ha contado: «Mido 1,64 m.; pero cuando me encuentro con futbolistas de gran envergadura digamos que utilizo trucos para no encontrarme en apuros por ser bajita. Pongo en práctica una especie de burbuja social, es decir, una distancia de al menos un metro entre ellos y yo para que no me miren desde lo alto. Esta distancia me impide estar en una posición de inferioridad porque en mi trabajo la «mirada» tiene un papel importante y puedo enviar mensajes mucho más impactantes que con las palabras. Trabajo la mirada, la pruebo frente al espejo o con los que me rodean. Esa mirada establece mi autoridad para desaprobar un comportamiento. ¿Mi voz? desde luego no es fuerte como la de un hombre; pero apacigua. Si un jugador me grita, la experiencia me ha enseñado que hablar tranquilamente baja la tensión. Lo importante es que los jugadores necesitan ver un árbitro, no un género.»
Gran fortaleza mental
Impresiona su forma física forjada con una autodisciplina por encima de la media. Las colegas españolas que han convivido con ella largos periodos en Juegos Olímpicos o Mundiales femeninos explican que Frappart prescinde del paseo por la ciudad de turno a cambio de una doble sesión de entrenamiento. Cuando le preguntan bromea: «Mbappé no va a reducir su sprint de 36km/hora porque le arbitre una mujer».
En las exigentes pruebas físicas que someten a los árbitros antes de las grandes competiciones, en el llamado Yoyo Test que mide la capacidad aeróbica y les pone al límite, algunos compañeros varones se retiraron antes que ella. Súmenle a eso una gran fortaleza mental y una imperturbable serenidad. O, como dijo un alto directivo del arbitraje, «en la tormenta y el tumulto ella es el punto fijo, es una mujer que no tiembla, es impresionante». Acostumbrada a llevar sobre los hombros el peso de ser mujer en un deporte masculinizado no se siente cómoda cuando se refieren a ella como la «pionera». Dice Stéphanie que solo pretende inspirar a otras mujeres, pero las que lleguen que lo hagan porque realmente lo merecen.
«Lo importante es que los jugadores necesitan ver un árbitro, no un género.»
En la prórroga de este artículo algunos detalles que hablan de Frappart fuera del terreno de juego.
Vive en París pero en cuanto tiene ocasión viaja hasta la Costa Azul donde residen sus padres. Él, antiguo trabajador de la multinacional 3M; la madre, de origen portugués, fue asistente en un jardín de infancia.
Lo de ser introvertida es herencia del padre; manejarse en varios idiomas, de la madre. Por cierto, Stéphanie entiende bastante el castellano y lo habla un poco.
Sin redes sociales
En la casa familiar hay un huerto del que hace acopio, y después de cada visita el viaje de vuelta lo hace con una bolsa más. Cuida extraordinariamente su alimentación, no se hace selfies, no tiene redes sociales y si se sale de tiendas prefiere asesorar que comprar. Ordenada, en su maleta suele haber un libro junto a los cachivaches arbitrales. También puede ser imprevisible, como el día que alguien puso música en el vestuario, ella aparcó la vergüenza y se puso a bailar, o cuando sin avisar se sube a un avión y aparece en Madrid para no perderse el homenaje a una compañera.
¿Alguna debilidad conocida? sí, su pequeña sobrina, por muchas trastadas que haga se siente incapaz de sacarle la tarjeta amarilla.