Mario Vargas Llosa es, sin duda ninguna, el escritor de habla hispana vivo más importante del mundo si atendemos a la variedad, calidad y cantidad de su obra. Una obra en marcha además, que no está en absoluto concluida y que va del periodismo, la traducción y el relato breve de sus inicios, a la novela, el teatro, las memorias y el ensayo. Su prestigio traspasa incluso fronteras idiomáticas, ya que a finales del pasado noviembre fue elegido miembro de la Académie française, a pesar de no haber escrito ningún libro en francés y sobrepasar en diez años la edad límite, 75 años, para poder entrar en la institución.
No obstante, ambos impedimentos no lo fueron para Vargas Llosa, nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936 que, a punto de cumplir 86 años, sigue siendo un hombre sumamente atractivo, una persona generosa, honesta y cabal a la que no se le han subido los humos, aunque haya conseguido los premios más importantes como el Nobel de Literatura, el Cervantes, el Príncipe de Asturias de las Letras, se le hayan otorgado las más importantes condecoraciones como la Legión de Honor, además del marquesado de Vargas Llosa y sea doctor honoris causa por más de una docena y media de Universidades del mundo entero.
Sus lectores, no así los peruanos, tuvimos la suerte de que perdiera, en la segunda vuelta ante Alberto Fujimori, las elecciones de 1990 como candidato a la presidencia de su país por la coalición Frente Democrático, lo que nos hubiera privado de buena parte de su producción posterior. La decisión de presentarse a las elecciones dice mucho de la actitud vital de Vargas Llosa, una actitud que tiene que ver con el hecho de tratar de poner en práctica los valores en los que cree. Y quizá sea el de la libertad individual el que con mayor ahínco ha defendido, tal vez porque, para el autor de Conversación en la catedral, la libertad individual es el fundamento de la naturaleza moral del ser humano.
Condena de los dictadores
Es la defensa de esos valores la que ha llevado desde hace tiempo a Vargas Llosa a condenar a los dictadores de derechas, Franco, Pinochet, Videla o Marcos, en lo que coincide con los izquierdistas y también a los dictadores de izquierdas, Castro, Pol Pot, aunque en esa condena no haya coincidido con algunos de los más conspicuos defensores de la izquierda. Incluso fue capaz de advertir del carácter dictatorial del PRI mexicano al señalar que la peor dictadura, la dictadura perfecta, es la dictadura camuflada de tal modo que puede no parecer una dictadura, aunque eso le llevara a enemistarse con su admirado Octavio Paz, molesto por las declaraciones de Vargas Llosa, nada menos que en un coloquio organizado por la revista Vuelta.
La defensa de sus presupuestos ideológicos, que han evolucionado desde su vinculación al marxismo hasta el liberalismo, base de numerosos textos —pienso en los artículos de Piedra de toque que han venido publicándose en el diario El país—, y de sus ensayos políticos, no siempre ha sido bien comprendida. A menudo para dejar clara su postura ha polemizado con otros escritores en la prensa internacional. Con Günter Grass a propósito de la revolución Cubana o con Salman Rushdie en torno a la revolución sandinista.
Si hago hincapié en esos aspectos es porque me parecen fundamentales tanto de la personalidad de Mario Vargas como de su obra que suelen quedar eclipsados por otras características ligadas a sus textos de ficción, de sobra conocidos por todos y a sus encantos personales, a lo que los clásicos llamaban «buenas prendas», «donosura, gentileza y garbo», además de su vida sentimental.
El primero de la clase
Hace muchos años le pedí a Carmen Balcells que me definiera a su cliente y amigo y ella no vaciló ni un instante: «Mario es el primero de la clase». La frase, no solo significa que Vargas Llosa es el mejor de su grupo, el más brillante, el que saca mejores notas y a la vez el más simpático y generoso —presta los apuntes y hasta deja que le copien el examen—, el que concita el respeto de todos, profesores y alumnos —ahí podemos sustituir ambas palabras por críticos y colegas—, sino que además como primero de la clase es también un clásico, no otra cosa quiere decir la palabra clásico, sino primus inter pares, y como clásico leemos sus libros y los enseñamos en clase en las universidades del mundo. En algunas de ellas, tanto en Europa como en la América Hispánica o en Estados Unidos, Vargas Llosa ha sido profesor y ha enseñado literatura, aspecto que no quiero dejar de mencionar por su relevancia. Una labor que se inicia en fecha temprana en la Universidad de San Marcos y prosigue hasta casi hoy mismo.
Gracias a Balcells, pudo empezar a vivir con holgura de los derechos de autor, ya que esta lo situó convenientemente en el mercado editorial.
Quienes han tenido la fortuna de participar en sus cursos no dejan de señalar el entusiasmo con que Vargas Llosa es capaz de transmitir los valores literarios ni su sólida preparación. No en vano fruto de sus cursos han sido algunos de sus más brillantes ensayos literarios sobre García Márquez, Flaubert y Bovary, Arguedas, Onetti o Joanot Martorell y su Tirant lo Blanc, seminario que impartió en la Academia de Buenas Letras de Barcelona, cuando su amigo Martín de Riquer, cuya edición del Tirant de 1969 se abre con la ya famosa «Carta de Batalla» de Vargas Llosa, se lo pidió.
Barcelona y Mario Vargas
Mario Vargas Llosa fue entre 1970 y 1974 nuestro vecino. Vivió primero en la vía Augusta y después en la calle Ossio del barcelonés barrio de Sarriá. Los Vargas Llosa llegaron a mitad del verano de 1970 desde Londres. Carmen Balcells le ofreció a Mario un sueldo pagado por la agencia para que dejara el Queen Mary College, en el que enseñaba Literatura Hispanoamericana, se instalara en Barcelona y pudiera dedicarse en exclusiva a escribir. No obstante, según testimonio del propio escritor, aunque hizo caso a Balcells no recibió ningún estipendio fijo, los tantas veces citados 500 dólares, de parte de su agente. En cambio, me asegura que, gracias a Balcells, pudo empezar a vivir con holgura de los derechos de autor, ya que esta se ocupó de situarlo convenientemente en el mercado editorial, como corroboran los biógrafos del novelista.
Por otro lado, Barcelona era una ciudad grata a Mario, en la que había desembarcado muy joven, como estudiante, en 1958. Por su puerto entró por primera vez en España, para seguir viaje a Madrid, donde se matricularía en la Complutense para cursar el doctorado, gracias a una beca, obtenida en la universidad de San Carlos de Lima. Ese mismo año su libro de cuentos Los jefes obtuvo el Premio Leopoldo Alas, fundado, organizado y sufragado por un grupo de médicos, entre ellos, los doctores Padrós, Carrera Roca, Garriga Roca y el poeta Enrique Badosa. La editorial Roca publicaría Los jefes en Barcelona en 1959. Además, en Barcelona estaba la sede de Seix Barral, su editorial de cabecera, que le había premiado La ciudad y los perros con el Biblioteca Breve en 1962 y en Barcelona vivía ya su por entonces amigo García Márquez sobre el que había comenzado a escribir, una vez terminada Conversación en la catedral, novela que envió a Carlos Barral desde Londres en el mes de julio de 1969.
En Barcelona, donde nació la tercera de sus hijos, Morgana, escribió dos de sus más importantes ensayos: García Márquez. Historia de un deicidio (1971) y La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975); además de las novelas La tía Julia y el escribidor (aunque publicada en 1977) y Pantaleón y las visitadoras (1973). Balcells se encargó de que generaran buenos dividendos tanto en español como en las muchas traducciones a diversas lenguas.
Durante su estancia en la ciudad, Vargas Llosa destacó muy a menudo los aspectos positivos de Barcelona, «una encrucijada», un puerto que se entiende «no en el sentido estricto sino en el simbólico», abierta y cosmopolita, más moderna y porosa a cualquier manifestación cultural, frente a Madrid que supone un «mundillo pequeñito, cerrado, provinciano» («El día que me instalé en Sarriá», en Arcadi Espada, ed., Dietario de posguerra, Barcelona: Anagrama, 1998), aspectos que hoy no considera y con razón. E insistió en otras declaraciones:
«Ese carácter de encrucijada es la motivación de que tantos escritores hispanoamericanos nos hayamos residenciado en la capital catalana. Puede decirse que todo llega por Barcelona. Para quienes por ser escritores tenemos una tradición nómada y circulante, Barcelona es un puerto acogedor. Todos mis libros se han publicado en Barcelona.» (Andreu Mercé Varela «Polémica: Una lengua, dos literaturas. Mario Vargas Llosa y Cela analizan la recíproca influencia de las literaturas hispanoamericanas y españolas», Tele/Exprés, 28/1/1971).
Y para Barcelona tuvo un recuerdo especial en su Discurso del Nobel:
Barcelona se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.
«Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar».
Vargas Llosa ha paseado el nombre de Barcelona por el mundo. Por eso, por esa vinculación barcelonesa y por el hecho de que, como Cervantes en El Quijote, Mario Vargas Llosa lleva el nombre de Barcelona consigo, el Círculo del Liceo le otorgó en 2014 la Medalla de Oro. Y aunque a Vargas Llosa le sobren reconocimientos, su entrada en la Académie, así lo prueba, no estaría de más que el Ayuntamiento barcelonés le reconociera con la más alta de sus distinciones por su amor a la ciudad en la que vivió, aunque ahora la política emprendida por sus dirigentes no sea de su gusto y considere que la ciudad, por desgracia para todos, no esté a la altura de la de entonces. El hecho, sin duda, honraría mucho más al Ayuntamiento que a nuestro escritor.