Exterior noche, la serie (en Filmin) sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro que ha dirigido Marco Bellocchio, puede que provoque una cierta incomodidad entre quienes creen que la suya es una de las voces esenciales del cine moderno. ¿Se trata del mismo Bellocchio que, entre los años 60 y 70 del siglo pasado, dirigió films tan viscerales, incluso tan subversivos –contra la herencia familiar, contra el orden social--, como Las manos en los bolsillos (1965), China está cerca (1966) o En el nombre del padre (1971)? Y entonces ¿qué hace un cineasta como él en un sitio como este? ¿Cómo aquel joven díscolo e inquieto ha podido convertirse en el hagiógrafo del líder icónico de la Democracia Cristiana, el partido conservador que lideró los destinos de Italia en sus años más conflictivos, precisamente los que contemplaron sus inicios como director de cine?
Quizá pueda servir de primera pista, para resolver este entuerto, la existencia misma de Buenos días, noche (2003), el largometraje que Bellocchio dedicó igualmente a la pasión y muerte de Moro hace ya veinte años. En aquella película, el punto de vista se situaba del lado de los terroristas, de algunos de los miembros de las Brigadas Rojas que mantuvieron cautivo al político democristiano hasta su «ejecución» sumaria, el 9 de mayo de 1978. Ahora, por el contrario, Bellocchio asume sin complejos una perspectiva por completo distinta, por no decir opuesta, en apariencia múltiple y poliédrica, en realidad anclada en el entorno de Moro, del lado del poder.
De las dudas acerca de la viabilidad de la revolución proletaria y el rol en ese contexto de la lucha armada, pues, se ha pasado a la descripción de un universo formado por políticos y burócratas, esposas devotas y sacerdotes sacrificados, aquello que hace décadas constituía el objetivo de un cine tan agresivo como era el de Bellocchio.
Las cosas no son nunca tan sencillas ni unidireccionales como parece, sin embargo, y menos en el caso de Bellocchio. Ni Buenos días, noche se centraba únicamente en los terroristas ni Exterior noche se mantiene siempre en el espacio institucional. Ambas se mueven en la frontera difusa que separa un territorio de otro, y lo hacen caminando, en precario equilibrio, por ese filo de la navaja que siempre ha sido, en el fondo, la razón de ser de los films de Bellocchio: la amenaza de la irracionalidad y la locura, de algo que desestabiliza tanto la realidad como su percepción y que suele materializarse en un trauma, un shock, un punto sin retorno a partir del cual el mundo pierde su apariencia tranquila y ordenada y se convierte en un caos.